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Los ojos del pasado por Corrado Gabriela se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.

viernes, 13 de junio de 2014

Constancia, mi abuela




No quiero irme  sin recordar a mi abuela materna, Constancia, porque entonces nunca más nadie la va a pensar.  Nació por el  1910 en un conventillo de la Boca. Sus padres, mis bisabuelos eran inmigrantes pobres que vinieron a la Argentina a hacerse la América. Llegaron a ser como 12 hermanos pero debido a la falta de  antibióticos  en esa época, y otras carencias, los  mayores murieron pequeños.  Ella paso a ser la hermana mayor;  le seguía Carmelo, Orlando, Teresa, Tita, Alberto y La Negra. De jovencita tuvo que salir a trabajar para mantener a su familia, ya que su padre por razones de salud no pudo, murió muy joven.  Siendo mujer supo ganarse el premio a la productividad en la fábrica de chocolates Águila, algo que contaba con orgullo, porque superó a los hombres.  La vida no le fue alegre, pero ella siempre sonrió, nunca se quejó de su destino. Por lo menos yo, no la escuche ni la vi llorar, salvo una vez y con razón. Contrajo matrimonio de grande porque fue el alimento de su familia. Conoció a mi abuelo, un Croata del que no tengo más que fotos y relatos.  Del matrimonio nació mi mamá Nelly, María y Marta.  Mi mamá  y Marta se llevaban casi 9 años de diferencia, esto significa que la tuvo ya pasado los 30 y pico de años.   Vivieron en la casa antigua que hoy todavía está en pie sobre mi terreno. En esa casa me crie durante mi infancia. El comedor que en un principio fue una galería, era el lugar donde las dos mirábamos las telenovelas del 9 y en verano nos recostábamos en el piso a dormir la siesta. Era grande y luminoso. Había una mesa amplia porque en ese entonces la familia era numerosa.  Sobre un costado estaban los premios de belleza que Mary siempre ganaba.  Las casas de entonces se construían con techos altos y las puertas en dos hojas eran  robustas al igual que las ventanas. Los pisos de madera y la decoración con  muebles de estilo año 1930. Recuerdo el ropero y la cómoda con el espejo grande en el medio.   Es una casa amplia con mucho terreno donde yo jugaba, andaba en bicicleta, patines, tenía una hamaca de plaza, una pileta y un perro hermoso que se llamaba Fox. Él fue mi gran amigo, quién me cuidaba de bebe mientras dormía y mi abuela trabajaba en su quinta del fondo. Esperaba que regrese del cole, lloraba sin consuelo cuando nos íbamos.  Aprendí lo sano que es tener una mascota de compañero de juego. Entiende todo sin conversarte, está feliz sin sonreírte, te besa con su lengua grandota,  te festeja hasta las lágrimas, te protege hasta de vos, puede ser tu mosquetero, tu príncipe, un ladrón, un rey; en tu historia  tu mascota es el ser imaginario que cumple todos tus deseos y caprichos con solo darle una galletita. En ese mundo encantado, los tres, mi abuela, mi perro y yo pasábamos los días, las estaciones y los años. Ella y el fueron el chocolate de mi infancia. Esa ternura de  abuela dándome el desayuno, preparándome para el cole, cuidándome aún de grande,  no tienen para mi olvido. 
A medida que iba creciendo para  no darle trabajo, trataba de hacerme las cosas. Así de regreso del colegio, con tan solo 10 años, yo me preparaba mi comida, me hacia la merienda y los deberes. Creo que hubiera preferido tenerme más cerca, y me arrepiento de no haberla besado más. Tuve mucha abuela, demasiado. Ella sufrió tanto que yo no quería su presencia.  Cuando cumplí 17 años, Marta decidió con tan solo 37 años que había luchado mucho por subsistir y nos dejó. Recuerdo ese día golpeando la puerta de su casa con su hermana la Negrita. La miré y le di la mala noticia. Esa fue la única vez que lloró sin parar.  Dios, ni siquiera en ese momento la escuche maldecir. Solo lloraba en la cocina sentada mirando el techo. Le habla a mi abuelo y le preguntaba, por qué me la llevaste Juan? Por qué? Corazón generoso y bondadoso.  Ella se aferró a la vida, a sus nietas  Erika, la hija pequeña de María  y yo.  Desconozco sus años de duelos, todos teníamos el nuestro. No pasaron más de 5 años que  entonces muere María. Por segunda vez debí golpear la misma puerta para darle la noticia. Esa vez fue distinto, ella sabía lo que le iba a decir. Misteriosamente no tuve que  hablar, solo observar. No recuerdo si lloró. A partir de ese día ella comenzó perderse en el tiempo, pero nunca tanto como para olvidarse de quien era y donde estaba, solo fue una amnesia temporal. Paso un tiempo y ante mi gran sorpresa pinto toda la casa. Todos los días se levantaba y repasaba las tablas de multiplicar para no perder la memoria y leía la biblia. Aun la conservo y es lo único que quiero sostener cuando mis manos se arruguen.  
Ella siguió su vida y cuando hablábamos me decía que quería vivir hasta los 100 años como su abuela. Quería conocer a sus bisnietos. No entendía.  Nosotros ya éramos más grandes, la familia más chica y ella pasaba más tiempo sola. Pero su soledad era su compañía. Ella estaba detenida en el tiempo, porque yo la veía con los  ojos de mi infancia. Un día intentando destapar una cañería con ácido se cayó y se quemó, eso sumado a la operación de cadera fue el último detalle para no caminar. No hubo más remedio que ponerla en un geriátrico, mi mama no podía con su cuerpo pesado e inmóvil.  La íbamos a ver casi todo los días. Cuando llegaba, le llevaba una torta y ella no quería convidársela a nadie. No quería que yo saludara ni hablara con otras personas, era su visita.  Siempre me preguntaba cuando me iba a casar, porque quería su bisnieto. Así pasaban sus tardes frente al televisor que le llevamos y compartía con otras mujeres. Era la más diva del geriátrico, lucida, comunicativa, amable, querible. Su último cumpleaños lo festejo con casi todos sus hermanos y sobrinos.  Tenía un Walkman para escuchar radio y los diarios y revistas que pedía incansablemente. Amaba la lectura.
Un día soleado no despertó. Yo no me puse triste, entendí que había vivido demasiado. Nunca me anime a preguntarle cómo pudo vivir con el recuerdo de sus dos hijas. Yo creo que me amaba demasiado y esa era la respuesta.   No lo sé. A veces abro la biblia que tardes enteras consumía hoja por hoja. En esas páginas deben estar las repuestas a mis preguntas. Nunca soñé con ella hasta la muerte de mi tío Guillermo, el esposo de Maria. No supe de él en sus últimos 10 años. Pero una noche de mayo de 2011 desperté por un sueño extraño. Todos me sonreían, mi abuela, María y mi tío. Ella por alguna razón volvió a estar feliz. Entonces supuse que todos estaban juntos y no me equivoque.    En abril de 2011 él murió.
De todos sus hermanos solo queda viva la negrita que en 2014 cumplió sus 90 años. Ella es la única testigo de toda esa infancia. Ojala  cumpla el sueño de mi abuela y pueda llegar a los 100 años. No sé para qué vivir tanto, quizá lo pueda entender cuando me toque a mí estar cerca del final.  Su vida y mi infancia fueron más intensas que todo lo que pueda expresar en estas líneas. Solo quería tenerte en un rincón  para que algún día Sofía, tu bisnieta que llego mucho después de tu partida, pueda saber cuánto yo te quería y cuanto vos la deseabas conocer. Gracias.







Para Sofi, que está descubriendo un mundo lleno de signos y símbolos nuevos.