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Los ojos del pasado por Corrado Gabriela se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.

jueves, 13 de junio de 2013

Caribe - St. Maarten


Esta historia del pasado que voy a contar sucedió durante unas vacaciones en St. Maarten  durante el verano del 1999.


Con mis amigas todos los años cuando se acercaban las vacaciones, debatíamos nuestro destino veraniego. Ese año no fue la excepción, solo que esta vez, de mis cuatro mejores amigas y compañeras de viaje solo podía contar con una: Gaba. Ella era alta y delgada, de cabello oscuro, pero en ese tiempo lo  lucía con un corte melena. Es una gran soñadora, de esas personas que lloran porque les gusta llorar e inventan historias de amor  felices y desencontradas. Por supuesto la suya hasta ese entonces no era una excepción. Teníamos en común el gusto por dormir y comer mucho y  el desorden total de nuestra habitación. El resto por distintos motivos tenía planeado otros lugares y fechas. 

De las dos otras chicas que formaban el grupo, una era amiga mía de la facultad, y la otra su compañera de trabajo.  Esta última era una Santafesina  atractiva, delgada y de cabellos negros, le decíamos Pocahontas. Mi amiga era una Misionera simpática y grandota a quien recuerdo con mucha nostalgia,  se llama Sonrisa Claudia.

Mi estado físico en esas vacaciones era bastante mejor que el actual. Tenía muchos años menos. Estaba más flaca y además tenía  el cabello largo. En cuanto al estado anímico solo recuerdo que sonreía mas seguido. Quizás entonces me sentía  feliz.


Las cuatro nos fuimos a esta maravillosa isla que solo conocíamos por fotos. Antes de iniciar el viaje, yo le pregunte a mi agente turístico, si era necesario llevar registro de conducir. La Agente me respondió que no era necesario porque era muy fácil movilizarse dentro de la isla tanto a pie como en micro. Un consejo, nunca crean lo que les dice el agente de viajes. Cuando llegamos al hotel alrededor de las 11 del medio día, ninguna persona nos estaba esperando. Hacia muchísimo calor y las habitaciones no estaban preparadas.

Por estos lados el check in era alrededor de la 13:00hs. Nadie sabía de esta clase media Argentina que salía a conocer el mundo por primera vez. Pero nosotros nos identificábamos rápidamente. Hablamos fuerte, mostramos lo mejor y nos quejamos continuamente. La coordinadora   presentó al contingente, y nos sugirió, no llevar nada ostentoso encima, y recomendó  alquilar un auto, porque en el  lado Francés de la Isla no existe un gran centro comercial para salir a comer o pasear, como sí lo hay del lado Holandés. Tampoco las mejores Playas estaban del lado Francés, menos luego del huracán, y por sobre todas las cosas los remises eran muy caros.  También nos remarcó la tranquilidad. Supuestamente no había robos de autos porque es imposible trasladarlos fuera de la isla. Algo sonaba mal, sobre todo, porque toda la gente que esperaba en el hall del hotel por su habitación, decidió ir toda junta al único lugar donde alquilaban autos. Nosotras seguimos al contingente hasta el lugar del alquiler,  con la única  diferencia de que  teníamos un registro para conducir motos, otorgado por la municipalidad del Dorado en Misiones Argentina. Luego de esperar el último turno, llegamos hasta el mostrador y presentamos el carnet, suponiendo que nadie iba a notar la diferencia. Pero no fue así, la persona que nos atendió, negó rotundamente que ese registro fuera valido, a pesar que yo intentaba explicarle en Ingles, porque Francés no se,  que ese carnet en la Argentina, servia hasta para manejar colectivos. Sin suerte volvimos al hotel con las manos vacías. De regreso pasamos por el centro comercial, era un sitio pequeño y gris, no había Mc Donalds ni juegos, ni nada en que gastar el dinero, lo único bueno fue que encontramos  un lugar para  alquilar motos.

El hotel paradisíaco no tenía playas,  porque  estaba del lado del lago. Ese día decidimos quedarnos ahí con la ilusión de recorrer las playas vecinas  y encontrar alguna que fuera similar a las fotografiadas.  No sé si el huracán destruyó las que alguna vez fueron las mejores playas de la Isla, pero en 1km a la redonda no había algo que fuera espectacular, por lo que teníamos que conseguir alquilar las motos, si queríamos conocer algo mejor y justificar el viaje. Al otro día apenas nos levantamos nos dirigimos al centro comercial con el propósito de alquilar dos. Tuvimos mucha suerte en conseguirlas, porque teníamos solo 1 carnet de conducir;  al menos fue  lo que sentimos al no saber los que sucedería después. Dejamos un boucher abierto de la tarjeta de crédito, por si las  motos se rompían producto de algún imprevisto. Contentas nos subimos de a dos y nos fuimos a recorrer las playas que estaban del lado Holandés. Luego de pasear todo el día y de sentirnos espectacularmente bien volvimos al hotel. Durante el paseo notamos que ninguna mujer manejaba motos, en realidad no era el medio de trasporte mas utilizado por los isleños. Por tal motivo llamábamos la atención de quienes nos veían pasar. PocaHontas sobresalía del resto porque tenía un yeso acuático en su brazo derecho. Cuando pasábamos la gente del lugar nos gritaban cosas muy feas.  Gaba  conducía la moto en la que yo paseaba y casi tuvimos un accidente. Era la primera vez que ella manejaba una y tampoco era muy buena con los autos.

Por la tardecita, cuando el sol se retiró, las motos las dejamos en el parking del hotel. En la noche salimos a comer y a divertirnos en el único boliche del lugar. De regreso notamos que en el hotel no había seguridad o sereno, eso nos llamó la atención pero no tanto como para sospechar las consecuencias. Al otro día cuando nos levantamos descubrimos que una de las motos nos había sido robada. Debíamos hacer la respectiva denuncia en la comisaría Francesa para luego llevarla a la agencia de alquiler.

La policía del lugar era realmente muy ineficiente y nos costaba entendernos. Dijimos que las motos estaban seguramente amarradas al parking del hotel. En la agencia nos confirmaron que debíamos pagar 1000Usd por el robo, o el boucher de la tarjeta no sería destruido. Nunca sentí tanta bronca porque me habían robado en mi propia cara. Recuerdo que salí a gritar en medio de la pequeña calle como loca, por suerte alguien me escucho y me comento que el hotel debía hacerse responsable de los pasajeros y sus bienes.  Dos de mis amigas se fueron a una de las excursiones pagas con el trabajo de contarle a todo Argentino que divisaran, lo que nos había pasado, y si eran de un hotel cercano mejor.

Ese día alrededor de las 19:00hs nos encontrábamos las cuatro mas todos los argentinos que habían alquilado sus autos, pidiendo explicaciones a la agente de viaje y al gerente del Hotel. La coordinadora como buena impostora en ese momento no hablaba ni Ingles, ni Francés. No podía ayudarnos a comunicarnos con nadie. El gerente que hablaba Francés, entendió perfectamente cuando le dije que era un Italiano Mafioso. Sobre todo escuchó la conversación que mantuve durante 20’ con los abogados del seguro del viajero a quienes recurrí para que me asistieran legalmente. Por suerte el gerente entendió  que era más beneficioso pagarnos los 1000Usd y dejarnos en paz. Pero aún no sabíamos cómo se robaban motos en una isla tan pequeña. La respuesta era muy fácil,  del lado Francés pasaban por la invisible línea fronteriza al lado Holandés. El nuestro no fue el primer robo, hasta donde averiguamos otro Argentino había sido estafado en el mismo hotel de la misma forma.

A partir de ese día nos manejábamos en bicicleta y en taxi. Todos nos conocían, tanto por los  alrededores del hotel como del centro comercial.  Pero nuestro viaje ya estaba por finalizar. Mi amiga Gaba regresaba a Buenos Aires un día antes que nosotras. Sonrisa, PocaHontas y yo tomaríamos un avión  hacia otro lugar de veraneo.

Mientras Gaba aguardaba en el Hall del Hotel al taxi que la iba a trasladar al aeropuerto, recibe la noticia de que su vuelo había sido suspendido, en principio por un día.  Dios le había obsequiado un día más de vacaciones para disfrutar.  Nos pusimos las mallas y nos fuimos a tomar sol.  Durante la tarde mientras descansábamos en un parador, se nos acercó una pareja de ancianos muy conmovidos y nos preguntaron - ustedes son las de las motos? –Sí contestamos nosotras, por qué-. La pareja nos miró sorprendida y nos dijeron – Pobrecitas, pero no saben? – qué cosa ? preguntamos- Su avión se cayó en Puerto Plata!. El avión se estrelló y fue noticia de todos los diarios.

Gaba debió regresar sola en un play móvil anticuado. Nosotras tres, seguimos teniendo días de vacaciones adicionales que ahora debíamos justificar en nuestros trabajos.

Aquellas fueron unas de las tantas vacaciones de novela. Un paseo por lo desconocido en el tiempo, el lugar y las circunstancias. A mi madre se lo contó una compañera de trabajo porque yo no me animaba a hablarle. Miedo de contagiarle el pánico. La experiencia más agridulce que experimenté fue la sensación de sentirme viva por casualidad o por la elección de quien dirige los destinos, en este caso dos veces.

La alegría de compartir las tristezas, la ansiedad y la felicidad minuto a minuto con mis amigas. La recompensa fue el  desafío de no dejarnos avasallar por las circunstancias en nuestra contra.

Lo más rico, esta historia  que hoy puedo contar y que mañana podré leer a mis nietos, cuando ya no recuerde las mejores partes  de mi vida.

Para Sofi, que está descubriendo un mundo lleno de signos y símbolos nuevos.