Esta historia del pasado que voy a
contar sucedió durante unas vacaciones en St. Maarten durante el verano del 1999.
Con mis amigas todos los años cuando se
acercaban las vacaciones, debatíamos nuestro destino veraniego. Ese año no fue
la excepción, solo que esta vez, de mis cuatro mejores amigas y compañeras de
viaje solo podía contar con una: Gaba. Ella era alta y delgada, de cabello
oscuro, pero en ese tiempo lo lucía con
un corte melena. Es una gran soñadora, de esas personas que lloran porque les
gusta llorar e inventan historias de amor
felices y desencontradas. Por supuesto la suya hasta ese entonces no era
una excepción. Teníamos en común el gusto por dormir y comer mucho y el desorden total de nuestra habitación. El
resto por distintos motivos tenía planeado otros lugares y fechas.
De las dos otras chicas que formaban el
grupo, una era amiga mía de la facultad, y la otra su compañera de
trabajo. Esta última era una
Santafesina atractiva, delgada y de
cabellos negros, le decíamos Pocahontas. Mi amiga era una Misionera simpática y
grandota a quien recuerdo con mucha nostalgia,
se llama Sonrisa Claudia.
Mi estado físico en esas vacaciones era
bastante mejor que el actual. Tenía muchos años menos. Estaba más flaca y
además tenía el cabello largo. En cuanto
al estado anímico solo recuerdo que sonreía mas seguido. Quizás entonces me
sentía feliz.
Las cuatro nos fuimos a esta
maravillosa isla que solo conocíamos por fotos. Antes de iniciar el viaje, yo
le pregunte a mi agente turístico, si era necesario llevar registro de
conducir. La Agente
me respondió que no era necesario porque era muy fácil movilizarse dentro de la
isla tanto a pie como en micro. Un consejo, nunca crean lo que les dice el
agente de viajes. Cuando llegamos al hotel alrededor de las 11 del medio día,
ninguna persona nos estaba esperando. Hacia muchísimo calor y las habitaciones
no estaban preparadas.
Por estos lados el check in era
alrededor de la 13:00hs. Nadie sabía de esta clase media Argentina que salía a
conocer el mundo por primera vez. Pero nosotros nos identificábamos
rápidamente. Hablamos fuerte, mostramos lo mejor y nos quejamos continuamente.
La coordinadora presentó al
contingente, y nos sugirió, no llevar nada ostentoso encima, y recomendó alquilar un auto, porque en el lado Francés de la Isla no existe un gran centro
comercial para salir a comer o pasear, como sí lo hay del lado Holandés.
Tampoco las mejores Playas estaban del lado Francés, menos luego del huracán, y
por sobre todas las cosas los remises eran muy caros. También nos remarcó la tranquilidad.
Supuestamente no había robos de autos porque es imposible trasladarlos fuera de
la isla. Algo sonaba mal, sobre todo, porque toda la gente que esperaba en el
hall del hotel por su habitación, decidió ir toda junta al único lugar donde
alquilaban autos. Nosotras seguimos al contingente hasta el lugar del
alquiler, con la única diferencia de que teníamos un registro para conducir motos,
otorgado por la municipalidad del Dorado en Misiones Argentina. Luego de
esperar el último turno, llegamos hasta el mostrador y presentamos el carnet,
suponiendo que nadie iba a notar la diferencia. Pero no fue así, la persona que
nos atendió, negó rotundamente que ese registro fuera valido, a pesar que yo intentaba
explicarle en Ingles, porque Francés no se,
que ese carnet en la
Argentina, servia hasta para manejar colectivos. Sin suerte
volvimos al hotel con las manos vacías. De regreso pasamos por el centro
comercial, era un sitio pequeño y gris, no había Mc Donalds ni juegos, ni nada
en que gastar el dinero, lo único bueno fue que encontramos un lugar para
alquilar motos.
El hotel paradisíaco no tenía
playas, porque estaba del lado del lago. Ese día decidimos
quedarnos ahí con la ilusión de recorrer las playas vecinas y encontrar alguna que fuera similar a las
fotografiadas. No sé si el huracán
destruyó las que alguna vez fueron las mejores playas de la Isla, pero en 1km a la
redonda no había algo que fuera espectacular, por lo que teníamos que conseguir
alquilar las motos, si queríamos conocer algo mejor y justificar el viaje. Al
otro día apenas nos levantamos nos dirigimos al centro comercial con el
propósito de alquilar dos. Tuvimos mucha suerte en conseguirlas, porque
teníamos solo 1 carnet de conducir; al
menos fue lo que sentimos al no saber
los que sucedería después. Dejamos un boucher abierto de la tarjeta de crédito,
por si las motos se rompían producto de
algún imprevisto. Contentas nos subimos de a dos y nos fuimos a recorrer las
playas que estaban del lado Holandés. Luego de pasear todo el día y de
sentirnos espectacularmente bien volvimos al hotel. Durante el paseo notamos
que ninguna mujer manejaba motos, en realidad no era el medio de trasporte mas
utilizado por los isleños. Por tal motivo llamábamos la atención de quienes nos
veían pasar. PocaHontas sobresalía del resto porque tenía un yeso acuático en
su brazo derecho. Cuando pasábamos la gente del lugar nos gritaban cosas muy
feas. Gaba conducía la moto en la que yo paseaba y casi
tuvimos un accidente. Era la primera vez que ella manejaba una y tampoco era
muy buena con los autos.
Por la tardecita, cuando el sol se
retiró, las motos las dejamos en el parking del hotel. En la noche salimos a
comer y a divertirnos en el único boliche del lugar. De regreso notamos que en
el hotel no había seguridad o sereno, eso nos llamó la atención pero no tanto
como para sospechar las consecuencias. Al otro día cuando nos levantamos
descubrimos que una de las motos nos había sido robada. Debíamos hacer la
respectiva denuncia en la comisaría Francesa para luego llevarla a la agencia
de alquiler.
La policía del lugar era realmente muy
ineficiente y nos costaba entendernos. Dijimos que las motos estaban seguramente
amarradas al parking del hotel. En la agencia nos confirmaron que debíamos
pagar 1000Usd por el robo, o el boucher de la tarjeta no sería destruido. Nunca
sentí tanta bronca porque me habían robado en mi propia cara. Recuerdo que salí
a gritar en medio de la pequeña calle como loca, por suerte alguien me escucho
y me comento que el hotel debía hacerse responsable de los pasajeros y sus
bienes. Dos de mis amigas se fueron a
una de las excursiones pagas con el trabajo de contarle a todo Argentino que
divisaran, lo que nos había pasado, y si eran de un hotel cercano mejor.
Ese día alrededor de las 19:00hs nos
encontrábamos las cuatro mas todos los argentinos que habían alquilado sus
autos, pidiendo explicaciones a la agente de viaje y al gerente del Hotel. La
coordinadora como buena impostora en ese momento no hablaba ni Ingles, ni
Francés. No podía ayudarnos a comunicarnos con nadie. El gerente que hablaba
Francés, entendió perfectamente cuando le dije que era un Italiano Mafioso.
Sobre todo escuchó la conversación que mantuve durante 20’ con los abogados del seguro
del viajero a quienes recurrí para que me asistieran legalmente. Por suerte el
gerente entendió que era más beneficioso
pagarnos los 1000Usd y dejarnos en paz. Pero aún no sabíamos cómo se robaban
motos en una isla tan pequeña. La respuesta era muy fácil, del lado Francés pasaban por la invisible
línea fronteriza al lado Holandés. El nuestro no fue el primer robo, hasta
donde averiguamos otro Argentino había sido estafado en el mismo hotel de la
misma forma.
A partir de ese día nos manejábamos en
bicicleta y en taxi. Todos nos conocían, tanto por los alrededores del hotel como del centro
comercial. Pero nuestro viaje ya estaba
por finalizar. Mi amiga Gaba regresaba a Buenos Aires un día antes que
nosotras. Sonrisa, PocaHontas y yo tomaríamos un avión hacia otro lugar de veraneo.
Mientras Gaba aguardaba en el Hall del
Hotel al taxi que la iba a trasladar al aeropuerto, recibe la noticia de que su
vuelo había sido suspendido, en principio por un día. Dios le había obsequiado un día más de
vacaciones para disfrutar. Nos pusimos
las mallas y nos fuimos a tomar sol.
Durante la tarde mientras descansábamos en un parador, se nos acercó una
pareja de ancianos muy conmovidos y nos preguntaron - ustedes son las de las
motos? –Sí contestamos nosotras, por qué-. La pareja nos miró sorprendida y nos
dijeron – Pobrecitas, pero no saben? – qué cosa ? preguntamos- Su avión se cayó
en Puerto Plata!. El avión se estrelló y fue noticia de todos los diarios.
Gaba debió regresar sola en un play
móvil anticuado. Nosotras tres, seguimos teniendo días de vacaciones
adicionales que ahora debíamos justificar en nuestros trabajos.
Aquellas fueron unas de las tantas
vacaciones de novela. Un paseo por lo desconocido en el tiempo, el lugar y las
circunstancias. A mi madre se lo contó una compañera de trabajo porque yo no me
animaba a hablarle. Miedo de contagiarle el pánico. La experiencia más
agridulce que experimenté fue la sensación de sentirme viva por casualidad o
por la elección de quien dirige los destinos, en este caso dos veces.
La alegría de compartir las tristezas,
la ansiedad y la felicidad minuto a minuto con mis amigas. La recompensa fue
el desafío de no dejarnos avasallar por
las circunstancias en nuestra contra.
Lo más rico, esta historia que hoy puedo contar y que mañana podré leer
a mis nietos, cuando ya no recuerde las mejores partes de mi vida.