El 19 de mayo de 2014 fue mi
cumpleaños. Nunca me gusto festejarlos.
A pesar de eso, le agradezco a mi mamá por los recuerdos, pocos,
relacionados con el evento que me quedaron de mi niñez. En esa época no
existían los peloteros. Los amiguitos que nos reuníamos eran los del barrio y
nos cuidaba mamá, la abuela, la tía. No había magos ni bailes. Había mucho
ruido de nenes jugando por toda la casa, divirtiéndose con la pelota, la soga
de saltar y los regalos. Mis amigos de la infancia se llamaban Alejandra,
Sandra, María Eva, Nancy, Cristina, Graciela, Fabiana, Daniel y Sergio.
Recuerdo la mesa grande del
comedor llena de golosinas, sándwiches y empanadas de jamón y queso, salchichas, piñatas y globos por todas las
paredes acompañando música de Gaby, Fofo y Miliky. Recuerdos los gorros de
papel en la cabeza. Las bolsitas llenas de chupetines, caramelos Sugus y chocolatines Jack. Cuando llegaba la torta se apagaban las
luces, se prendían las velitas y los nenes cantaban el “Feliz feliz en tu día
amiguito que Dios te bendiga…” Todo era muy sencillo. Nunca me agradaron los
festejos. Por tal motivo le pedí a mi mamá que por favor los dejara de
hacer hasta que cumpliera los 15 años. Llego ese día y fue poco deseado, pero la
promesa fue cumplida y mi mamá se dio el gusto de hacerme la fiesta. Le pedí
dos cosas; una, que el vestido no fuera blanco; la otra, que no hubiera
discurso de ningún tipo en alusión al motivo de la reunión. Todo se cumplió a
medias. El vestido era de color blanco y salmón. Y las palabras emotivas intentaron
pronunciarse pero fueron acalladas con un rotundo No, que surgió de mí. La noche fue hermosa. Bailamos música de los
80 y me sacaron muchas fotos. Estaba mi familia, la que veía siempre y la que no. Estaban mis compañeros de
colegio secundario, también algunos de la primaria. Las chicas de la infancia,
ya adolescentes. Los amigos del club 9 de julio, con quienes pasaba las tardes
de verano en la pileta y los del club Lanús, también amigos de los veranos.
Después, cada tanto festejaba
algún que otro cumpleaños. Con el tiempo algunos de los amigos de la infancia y
de los 15 años partieron; mientras que
otros siguieron, con los que compartí todo el final de mi adolescencia y me
adultez. Ellas son, Vero, la Gaba y Fedra
y los nuevos que fui conociendo en la facultad y en el trabajo.
Me pregunto si el cumpleaños es un día importante? De grande puede significar el resumen, o el
balance de todo un año. El recuerdo de
las mesas servidas y las sombras que quedaron y un festejo mirando al futuro. De niño es la
timidez, la vergüenza, el no querer dejar a mamá. El cumpleaños es un día que
marca un fin y un comienzo de ciclo.
El día lunes en mis 46 años me encontré
sentada en la misma mesa de siempre pero con mi marido, mi nena de 6 años y mi
suegra. Era el rincón de lo más cercano. En la misma mesa que hace 3 años mi
madre le estiraba la mano a mi hija para que soplara la velita. Esa mano quedo
como una foto escondida en mi agenda de hojas vacías. Los amigos no estaban, quizá
haga un asado para ellos uno de estos
fines de semana. Aunque pasado el tiempo las cosas pierden la gracia.
Esa noche cuando me acosté a dormir pensé el
porqué de la importancia de esa fecha? El para quién, esa fecha? Seguramente
que un psicólogo podría contestarme y esa respuesta dependerá de la historia de
cada persona. Gracias al festejo de esos
pocos cumpleaños puedo trazar una línea de tiempo y ubicarme en ese espacio y
re vivir momentos, diálogos, abrazos, gestos, cantos. Los festejos son nuestro
testimonio de vida. Un álbum con hojas que se irán consumiendo. Para mí los cumpleaños hay que
dejarlos pasar, soplarlos lejos, embarcarlos a un destino desierto, olvidarlos
en el almanaque, guardarlos en un sobre con una carta de emociones y cambiarlos
por un festejo renovado. Hay tantas cosas para
agasajar a la vida. De grandes y de más grande, esa fecha nos recuerda que nos vamos achicando,
la casa se vacía, la ropa se des actualiza,
la colonia se vuelve agria, el maquillaje sin efecto, la tintura nos dura menos
tiempo, las agujas del reloj se vuelven lentas, los anteojos parecen no
servirnos, el volumen del televisor se baja solo, el agua no calienta ni
enfría, el teléfono no suena, las calles se hacen interminables, los viajes en
colectivo agotadores, los niños un helado refrescante; la mayoría de los sueños
se convirtieron en fracasos, otros se cumplieron a medias y otros tuvieron un
final feliz. Hablamos de conquistas y de
fracasos. De ascensos y descensos. Por
eso son aburridos y muchas veces comprometedores.
Tengo planeado festejar un solo
cumpleaños más en el resto de mi vida y que a ese festejo vengan todos vestidos
de nenes con gorritos y chupetines, hagamos una gran ronda conmigo en el medio
y me canten el “Feliz feliz en tu día…”;
ese cumpleaños será el número 90. Si puedo alcanzar esa edad bien y tener mi
familia conmigo habré de sentirme realizada. Ese no será un año más, será quizá
la figurita difícil y merece ser retratada; porque todos, quien más quien menos,
nacimos con ayuda y protección. Pero en el final de los días pocos llegan acompañados,
seguros, felices y sanos.